Los cinco muchachos se juntaron en la vereda y vigilaron hacia todos lados. Era
casi media noche. Habían ido al desfile de halloween y pensaban seguir
divirtiéndose mientras intentaban asustarse unos a otros.
En la vereda en
la que estaban, se encontraba el fondo de un hospital, y estaban bajo la ventana
de la morgue. Cerca de la ventana, que estaba ubicada a una altura
considerable, había un árbol, y pensaban trepar por él para mirar hacia adentro.
Gerardo vio que una señora dobló en una esquina y caminaba rumbo a
ellos.
- Viene gente - les advirtió a los otros, y enseguida miró hacia
otro lado.
- Hay que esperar que pase - dijo otro de los muchachos.
La señora iba cruzando lentamente, y de pronto pareció acordarse, miró
hacia la ventana y apuró el paso. En la ciudad casi todos habían escuchado
alguna historia aterradora sobre aquella ventana, principalmente se decía que
algunas apariciones observaban desde allí a la gente que pasaba por la vereda.
También se decía que una voz aterradora llamaba a la gente por su nombre y
lanzaba carcajadas.
La señora se perdió en la otra cuadra. Al ver que la
calle estaba desierta se decidieron.
- ¿Quién sube primero? - preguntó
uno.
- Yo - dijo Gerardo. Miró hacia lo alto del árbol, levantó un pie hasta
una rama baja y empezó a trepar. Los otros lo observaban, volteaban hacia los
extremos de la calle y se miraban unos a otros, intentando adivinar el grado de
miedo que cada uno sentía.
Gerardo alcanzó el nivel de la ventana, se
agarró con los dos brazos al tronco y, con los pies sobre una rama que temblaba
bajo su peso, miró hacia el interior de la morgue.
Lo primero que vio fue
la mesa de autopsias, que estaba vacía. Cerca de ella había cuatro mesas tipo
camilla, y sobre una de ellas, cubierto con una sábana, se encontraba un cuerpo.
Gerardo lo miraba cuando súbitamente el cuerpo se enderezó hasta sentarse, y
seguidamente se quitó la sábana tirando de ella con las manos, y Gerardo vio que
aquel muerto era igual a él, y el muerto lo miró y lo señaló apuntando su brazo.
Gerardo se estremeció tanto que sus pies resbalaron, y como se había soltado
del tronco cayó al suelo y se rompió el cuello, muriendo allí mismo.
Una
hora y media después, Gerardo estaba dentro de la morgue, y lo habían puesto
sobre aquella mesa.
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